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101 años de la radio, ese ritual argentinísimo: cuánto escuchamos en pandemia

Como cada 27 de agosto, oyentes y hacedores del aire celebran a los locos de la azotea. El vínculo con el aire parece mantener la fuerza.

Sonó a fritura. A palabra entrecortada. Desalineada, desincronizada, hecha en casa, como zurcida, retazos de aire unidos desde cada living, y sin embargo fue un faro. La radio pandémica pudo bajar su calidad, pero no su compañía: un promedio de 5.077.485 de personas escucharon a diario durante todo 2020 solo entre Ciudad de Buenos Aires y Conurbano (según Kantar Ibope Media).

El interior, ese imperio no cuantificado, podría completar un número tan generoso que los 101 años de la radiofonía argentina se parecen más a resistencia que a derrumbe. El promedio diario de oyentes de Buenos Aires durante el trimestre mayo-julio de 2021 -según la misma fuente- fue de 7.271.811.

Hace 14 años, los números no eran tan distintos. Según Ibope también por entonces (2007), “casi el 80 por ciento de los habitantes de Capital y Gran Buenos Aires” escuchaba radio “al menos 15 minutos por día”. Para esa época, se registraban seis millones de radioescuchas diarios, de entre 12 y 74 años. O sea: todos los apocalipsis vaticinados fracasaron. No había peligro de extinción del rito. Tal vez el ser argentino implique también esa ceremonia que ya no se discute, necesitar otra voz, emanada entre cuatro paredes y direccionada a todas las casas.

El trimestre mayo/junio/julio 7.271.811 oyentes escucharon radio por día.

El trimestre mayo/junio/julio 7.271.811 oyentes escucharon radio por día.

En España, según el Estudio General de Medios (EGM), la radio goza de 22 millones de oyentes a diario. Vale el ejemplo para pensar que no es que España nos supere ampliamente en pasión: no tenemos claro todo el mapa, hay una porción importantísima que en nuestro país no estamos midiendo.

Más allá de cifras o métodos de medición (que pueden son cuestionables o caprichosos) hay un eco, un rebote que tampoco es mensurado: el de las redes sociales que replican o amplían fragmentos del mensaje radial. El éter es ya como una mamushka que hoy puede esparcir fracciones de contenido por Instagram, por Twitter, por YouTube… Quien no opta por un dial (o por el streaming) puede llegar a toparse igualmente con un momento de radio. La radio sigue funcionando como circuito que absorbe el contenido de la gráfica y lo amplifica, pero no se resigna a no marcar agenda -y cuando lo hace despliega todo su poder-.

“De lunes a viernes, el 60% de la escucha corresponde a FM y el 40% a AM. Los fines de semana, el 70% corresponde a FM y el 30 a AM”, nos informan los estudiosos de Kantar Ibope. ¿Podemos hablar del reinado de la FM? No hay forma de cuantificar eso en un país en el que se necesitan estudios profundos desde La Quiaca hasta Ushuaia y en el que hay emisoras invisibles perdidas en parajes. Quizá sea momento de pensar la radiofonía como un reino que aunque envejecido nunca se estudió en toda su dimensiónUn Hércules subestimado que parece apenas visto desde el ombligo porteño.  

Con los podcast como costillas de la radio que se multiplican sin freno, el acto de disfrutar la escucha no se detiene y las plataformas, lejos de restar, proponen una alianza que en ocasiones suman audiencias. “Tori Dunlap, estrella de TikTok autoproclamada feminista financiera, logró más de un millón de descargas con su primer podcast”, se lee al pasar, por ejemplo, entre las cientos de noticias internacionales sobre podcast. Por estos pagos, la vida de Ricardo Fort es furor en una suerte de documental sonoro (Basta chicos) que se reparte en 10 episodios. Hora de pensar a la radio -o sus hijos- como algo aún más grande.

Una costumbre argentina que no pasa de moda.

Una costumbre argentina que no pasa de moda.

La historia dirá que durante la cuarentena por coronavirus (al menos en los tramos más estrictos) hubo un patrón común, un rasgo a estudiar, aire doméstico, que rechinó, que zumbó, que se volvió menos profesional, pero mantuvo ese espíritu noble de compañía. La peste mostró que un micrófono en mano y saber qué decir pueden ser armas más valiosas que cualquier rimbombancia tecnológica. Y que el objetivo primero, el de acompañar, se cumplió y salvó miles de soledades.

Como era de esperar en épocas de refugio en el hogar, la casa es el lugar de escucha predominante -luego el auto. La planilla de FM tiene a La 100 (23,1 del share) como líder, antes que Aspen (14,4) y Disney (7,9). En la AM el liderazgo continúa en Mitre (37,1 del share, luego Radio 10, 14,7 y La Red, 12,3). Ningún informe devela que las emisoras tradicionales no hacen esfuerzo por atraer a audiencias que no tienen cautivas, menores de 30, adolescentes, niños. Tampoco hay programas educativos formales para acercar a los chicos desde la escuela a la radio. Un hábito, después de todo, se enseña.

Lázaro Paciaroni, 13 años, el “recorredor” de radios más famosos de país, puede brindarnos un ejemplo chiquitito del poder de ese aire que acaricia, que abraza. Oyente acérrimo, habitué de programas de La 100, Metro, Pop, Cadena 3 es ciego, atravesó una decena de cirugías y se separó de su radio solo “para entrar al quirófano”. Cuenta que desde los 6 duerme con el aparatito prendido. No es un caso aislado, es más bien el modelo de “cliente” del que no hay que olvidarse: sus ojos son la radio.

Este 27 de agosto, en una nueva fiesta -en honor a la banda pionera de Enrique Telémaco Susini, César Guerrico, Luis Romero Carranza y Miguel Mujica- la radio se hace en terrazas o con acrílico separador, con una máxima que sigue en pie: es el medio que mejor se adapta.

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