El alcalde local impulsa soluciones de alta tecnología que alarman hasta a los mismos habitantes de la ciudad del norte de Italia.
Mientras la pandemia ahuyentaba a los visitantes, algunos venecianos se permitían soñar con una ciudad diferente, que les perteneciera tanto a ellos como a los turistas que los desalojan de sus plazas de piedra, sus callejones adoquinados e incluso sus departamentos.
En una ciudad calmada, el tañido de sus 100 campanarios, el chapoteo de las aguas de los canales y el dialecto veneciano se convirtieron de repente en la banda sonora dominante. Los cruceros que desembuchaban miles de turistas y provocaban olas perjudiciales en la ciudad que se hundía desaparecieron y después se los prohibió.
Pero ahora, el alcalde local está llevando a un nuevo nivel el control de multitudes e impulsando soluciones de alta tecnología que alarman incluso a muchos de quienes hace tiempo vienen abocándose a campañas por una Venecia para los venecianos.
El alcalde propone varias medidas que apuntan a controlar las multitudes. Foto. REUTERS/Manuel Silvestri
Los dirigentes del municipio están adquiriendo datos de teléfonos celulares de turistas, que no lo saben, y utilizando cientos de cámaras de vigilancia para controlar a los visitantes y evitar las aglomeraciones.
Para el próximo verano tienen previsto instalar en los puntos de ingreso clave puertas sobre las que se ha debatido durante mucho tiempo; los turistas que sólo vayan a pasar el día tendrán que reservar con antelación y pagar una tarifa para entrar. Si la gente que quiere ingresar es excesiva, parte de ella será rechazada.
El alcalde Luigi Brugnaro, conservador y amigo de los negocios, y sus aliados, dicen que su objetivo es crear una ciudad más habitable para los atribulados vénetos.
“O somos pragmáticos o vivimos en un mundo de cuentos de hadas“, plantea Paolo Bettio, director de Venis, la empresa que se ocupa de la tecnología de la información de Venecia.
Bares y restaurantes de Vencia durante el verano 2021. Foto EFE/EPA/ANDREA MEROLA
Qué dice la gente
Pero muchos residentes consideran que los planes para monitorear -y controlar- los movimientos de la gente son distópicos y también que constituyen un truco publicitario o una forma de atraer turistas más ricos que podrían sentirse desanimados ante las multitudes.
“Es como declarar de una vez por todas que Venecia no es una ciudad sino un museo”, protesta Giorgio Santuzzo, de 58 años, que trabaja como fotógrafo y dibujante en la ciudad.
Venecia es, en muchos aspectos, una ciudad muerta. Muchos venecianos se sienten frustrados por tener que viajar a la parte continental para comprar sus camisetas porque los comercios de souvenirs que venden cristal de Murano falso han expulsado a los negocios que atienden a los lugareños.
Están cansados de que los turistas les pregunten dónde pueden encontrar la Plaza San Pedro -que queda en Roma- y de que los políticos locales expriman la ciudad para obtener dinero del turismo mientras descuidan las necesidades de los residentes.
Un hombre arrastra un puesto de “souvenirs” en la plaza de San Marcos, en Venecia. Foto EFE/Andrea Merola
Sin embargo, muchos dicen que las soluciones de alta tecnología no le devolverán a Venecia su autenticidad. Por el contrario, temen que le roben parte del romanticismo que le queda.
Cierta mañana reciente de verano boreal, una pareja de españoles, Laura Iglesias y Josep Paino, cayeron claramente bajo el hechizo de la ciudad mientras paseaban entre antiguos palacios y canales sinuosos. Cuentan que se sintieron transportados en el tiempo.
“Venecia “, suspiraba Laura, “es el lugar perfecto para perderse”. Pero Venecia, según resulta, no los perdió de vista a ellos.
Por encima de las cabezas de la pareja, una cámara de alta definición los grababa a 25 fotogramas por segundo. El software registraba su velocidad y trayectoria. Y en una sala de control situada a algunos kilómetros de distancia, funcionarios municipales examinaban los datos telefónicos recogidos tanto de ellos dos como de casi todas las personas que se encontraban en Venecia ese día.
El sistema está diseñado para recoger edad, sexo, país de origen y localización anterior de la gente.
Puente Rialdo en Venecia. Foto EFE/EPA/Andrea Merola
“Sabemos minuto a minuto cuántas personas pasan y a dónde van”, afirma Simone Venturini, máximo responsable de turismo de la ciudad, mientras observa las ocho pantallas de la sala de control que muestran imágenes en tiempo real de la Plaza San Marcos. “Tenemos control total de la ciudad”.
En un principio, las cámaras de vigilancia que junto con cientos más en todo el municipio captan las imágenes, se instalaron para vigilar la delincuencia y a navegantes imprudentes. Pero ahora también se duplican a fin de rastrear a los visitantes y que los funcionarios puedan detectar multitudes a las que quieren dispersar.
De acuerdo con personal municipal, los datos de localización de los teléfonos también los alertarán para evitar el tipo de aglomeraciones que hacen que cruzar los puentes más famosos de la ciudad sea una lucha diaria. Además, están intentando averiguar cuántos visitantes son excursionistas de un día, que destinan poco tiempo -y poco dinero- a Venecia.
Una vez que los funcionarios establezcan estos parámetros, la información se utilizará para orientar el uso de las puertas y el sistema de reservas. Si se esperan aglomeraciones en determinados días, el sistema sugerirá itinerarios o fechas de viaje alternativos.
Y el precio de la entrada se ajustará para cobrar una tarifa de hasta 10 euros (unos 11,60 dólares) los días que se prevé que sean de gran afluencia.
¿Invasión de la privacidad?
Las autoridades municipales rechazan las críticas por invasión de la intimidad y afirman que todos los datos telefónicos se recogen de forma anónima. La ciudad adquiere la información en virtud de un acuerdo con TIM, compañía telefónica italiana que, como muchas otras, está capitalizando el aumento en la demanda de datos por parte de fuerzas de seguridad, empresas de marketing y otras actividades.
Turistas en góndolas. Foto Giulia Marchi/Bloomberg
De hecho, también se recogen datos de los venecianos, pero los funcionarios locales afirman que reciben datos agregados y por lo tanto, insisten, no pueden utilizarlos para seguir a individuos. Señalan que el objetivo de su programa es rastrear turistas, a quienes, por lo que afirman, pueden detectar debido a que permanecen menos tiempo en el lugar.
“Todos dejamos rastros”, asegura Marco Bettini, directivo de la empresa informática Venis. “Aunque no lo comuniques, tu operador telefónico sabe dónde dormís.” También sabe dónde trabajas, agrega, y que un día específico estás visitando una ciudad que no es la tuya.
Pero Luca Corsato, administrador de datos de Venecia, explica que la recopilación plantea cuestiones éticas porque los usuarios de teléfonos probablemente no tengan idea de que una ciudad podría comprar sus datos.
Corsato añade que, si bien diversos municipios han comprado datos de localización de teléfonos para monitorear multitudes en eventos específicos, él no tenía conocimiento de que ninguna otra localidad hiciera este uso “masivo y constante” de información para monitorear a los turistas.
Cada vez menos gente vive en Venecia por los precios de los alquileres y la invasión de turistas. Foto REUTERS/Yara Nardi
“Es cierto que se los ataca”, menciona además acerca de los dirigentes de Venecia. “Pero dar la idea de que cada persona que entra sea etiquetada y conducida como ganado es peligroso”.
Algunos turistas lamentan, a la vez, la pérdida de privacidad y otra cosa menos tangible.
“Por culpa de las multitudes ha desaparecido el romanticismo de Venecia”, opina Martin Van Merode, de 32 años, visitante holandés que estaba fotografiando la Basílica de San Marcos con su smartphone. Pero la vigilancia, dijo, “todavía es menos romántica”.
Sin embargo, incluso los vénetos más reacios reconocen que los planes del alcalde tienen su lado positivo.
“La idea de estar monitoreado constantemente no me gusta”, aclara Cristiano Padovese, mozo del restaurante temático La Zucca con motivos de calabazas. “Pero si puede ayudar a aprovechar mejor el turismo, ¿entonces por qué no?”
Un parque de atracciones
Como muchos residentes, Padovese se queja de que Venecia se haya convertido en un parque de atracciones. Para ellos, el turismo es una adicción que está alejando a sus amigos y familiares.
La proliferación no regulada de bed and breakfasts y casas compartidas como las de Airbnb, ha hecho que los alquileres se vuelvan inaccesibles para los lugareños, y el bien conectado sector turístico ha asfixiado a la mayoría de las demás actividades económicas.
El número de residentes que habitan el centro histórico de la ciudad ha caído a unas 50.000 personas, frente a las más de 170.000 que había en la década de 1950. Y en los últimos días, aun cuando los vuelos internacionales siguieran limitados, quienes operan la sala de control indicaron que los turistas seguían superando en cantidad a los pobladores locales.
Muchos venecianos que viven esa realidad coinciden en que algo tiene que cambiar. Algunos aprovecharon su tiempo durante la pandemia para proponer ideas como el apoyo a la vivienda para profesionales jóvenes y empresarios noveles, con la esperanza de atraer a una clase creativa y con alto nivel de formación que pueda devolver a la ciudad su gloria pasada.
Eso, dicen, es muy diferente -y mucho menos invasivo- que la visión que persigue el alcalde Brugnaro con su proyecto de las puertas.
Santuzzo, el fotógrafo y dibujante, sostiene que la iniciativa de la ciudad es un truco o un intento de mantener Venecia dependiente de los turistas, pero sólo los más ricos que pueden permitirse quedarse a pasar la noche y cuyo número no estará limitado por la municipalidad.
Las asociaciones de comerciantes locales protestan porque Venecia sería metida en una “jaula”. Y los diarios advierten que se transformaría en “un Gran Hermano al aire libre“.
Un protesta frente a la presencia de cruceros en Venecia. Foto MARCO SABADIN / AFP
“Sentiría todavía más que vivo en una ciudad que no es una ciudad”, observa la hermana de Santuzzo, Giorgia, de 63 años, retirada de su empleo en una fábrica de candelabros de cristal.
“¿Tengo que hacer que mis amigos paguen cuando vengan de visita?” Puede que sea así. Al igual que los turistas que se quedan a dormir de noche, los parientes cercanos de los venecianos estarían exentos del pago de la entrada, según el plan de la ciudad, pero sus amigos no.
Venturini, el dirigente turístico del municipio, no se disculpó por el cobro a los excursionistas durante un día, calificándolos en cambio de turistas de baja calidad que sólo consumen la ciudad durante un par de horas y luego dejan la basura (la limpieza es particularmente cara en una ciudad sin autos, donde sólo embarcaciones y carros transportan los deshechos).
Para tratar de acelerar la iniciativa del alcalde, hace poco se entregaron los primeros modelos de las puertas a la sala de control para que los probaran. No obstante, siempre existe la posibilidad de que el plan se frustre, como ha ocurrido en el pasado.
El ministro de Cultura italiano, Dario Franceschini, que recientemente se pronunció al respecto, calificó las puertas de “invasivas”, lo cual da a quienes dependen del turismo la esperanza de que el plan se diluya.
“Cuando todo vuelva a abrir, los turistas volverán a invadirnos”, señala Giuseppe Tagliapietra, gondolero desde hace 43 años. “Y nos vamos a alegrar.”