Una accidente doméstico que le provocó quemaduras lo tuvo al borde de la muerte. Ahora quiere cumplir el sueño del local propio y tiene como cliente al plantel de Boca.
Raquel Escobar (29) abre los ojos y esboza una sonrisa. El despertador la aturdió desde temprano, poco antes de que saliera el sol, pero poco le importa. Sabe que su vida cambió hace casi tres años, cuando un accidente casi le arrebata a uno de sus hijos, que hoy es furor en las redes. “Volvió a nacer. Por algo Dios decidió darle una segunda oportunidad”, suspira. Y alguna lágrima se le escapa.
Es la mamá de Joaquín, el nene que se hizo famoso en las redes sociales vendiendo tortas para pagar su tratamiento: acumula cerca de 140.000 seguidores en Twitter, más de 162.000 en Instagram y continuamente recibe donaciones tanto en su cuenta bancaria como en su domicilio.
En abril de 2019, mientras estaba festejando su cumpleaños, su marido Adam Hrycak y su cuñado Sebastián habían ido a comprar. Joaquín Núñez (10) pidió ir con ellos. “No podés. Ya es tarde”, le dijeron. El pequeño eligió, entonces, quedarse a jugar en el patio con su hermano Fabricio, dos años mayor que él. “Sentí una efervescencia”, relata la madre de ambos. El protagonista pasa a ser el silencio.
Los chicos se quedaron al lado de las brasas que permanecían activas luego del asado que habían compartido. Su mamá les pidió que entraran a la casa y no hubo caso. “Dos veces los mandé adentro”, insiste. Lo peor vino después: Joaquín encontró una botella de alcohol, se roció él, roció al hermano y vertió otro poco en la parrilla.
“Tenía a upa -reconstruye la mujer- a Román, que en ese momento tenía dos meses y, cuando me doy vuelta, lo veo al más grande con el brazo prendido fuego: se tiró al piso, rodó y lo apagó”. Segundos después lo encontró a Joaco, que gritaba debajo de las llamas. Su primera reacción en medio del shock fue llamar al resto de la familia, pero nadie asomó.
Al cabo de cinco minutos, su mamá abrió la puerta. “Lo empujé adentro e intentamos apagarlo. Le tiramos agua y prendía peor. Entonces, mi papá se levantó de la cama y así como estaba, con la campera, lo abrazó y lo apagó. Se quemó los brazos y las manos, pero logró apagarlo”, le cuenta a Clarín mientras Joaco, el nene que sobrevivió al incendio, prepara una torta en la cocina de su casa.
-¿Qué es lo que más te acordás de ese día?
-Lo único que todos recordamos de ese momento es que lo único que pedía era no morir. “No quiero morir”, repetía. Una vecina llamó a una ambulancia, pero la ambulancia nunca llegó. Después apareció un patrullero, que es el que lo llevó hasta el Hospital de General Rodríguez.
-¿Y qué les dijeron en el hospital?
-Que si había familiares que querían despedirse, era el momento, porque estaba muy grave y para ellos no iba a salir. Tenía que aguantar toda la noche. Y aguantó. Al otro día lo llevaron al Hospital de Quemados, donde también le dijeron que estaba más en manos de Dios que de ellos, porque no podían hacer nada. Estuvo un mes y medio internado en terapia intensiva hasta que le dieron el alta.
-¿Cómo hicieron para explicarle la situación a él?
-Estaba consciente de lo que pasaba en todo momento y hasta se hizo cargo. Con ocho años les dijo a los médicos que había sido culpa de él. Asumió la culpa y a veces hace tortas para vender… Es como que quiere remediar lo que pasó: él mismo lo dice. Queremos hacerle entender que fue un accidente, que estaban jugando y que no lo hizo a propósito. Pero le cuesta.
Joaquín volvió a nacer esa noche mientras se arrepentía de un juego inocente que casi le cuesta la vida. Ahora necesita cuatro expansores que se insertan debajo de la piel y tienen un valor de 500 dólares cada uno. “A medida que crece el cuerpo, la piel crece con él. Va a llegar un momento en el que no pueda mover su cabeza: ahí va a estar listo para operarse. La operación es segura, no se sabe cuándo”, agrega su mamá.
Cuatro meses atrás, su familia decidió organizar un sorteo para recibir donaciones y empezar a juntar peso por peso para poder solventar la cirugía: un celular, una máquina de cortar el pelo, una planchita y hasta artículos donados eran luego sorteados para la recaudación. Había otro premio: una torta hecha por Joaco. “Me hace feliz cocinar”, dice el nene.
-¿Cómo empezó todo?
-Siempre veía a mi abuelo hacer bizcochuelos y a los seis años empecé a hacerlos. Desde hace cuatro meses, a partir del sorteo, también aprendí a decorarlos.
-¿Quién te enseñó?
-En realidad, a veces me imagino la decoración yo y otras miro en YouTube, que me da ideas. Tampoco es que paso mucho tiempo viendo esas cosas, pero me gusta.
-¿Y cuánto tiempo le dedicás por día?
-Y… Entre siete y once horas por día estoy en la cocina.
El sueño de Joaquín empezó “de casualidad”. Hizo dos tortas y, al tercer sorteo, ya se notaba una gran mejoría. Entendió, entonces, que su futuro estaba en la pastelería. “Quiero dedicarme a esto”, asegura. Raquel y Adam, quienes trabajan como vendedores ambulantes, no dudaron en empeñar sus pocos ahorros en utensilios para que su hijo pudiera acercarse a lo que quería.
Pronto, esa idea que nació en el corazón de una humilde casa en el barrio Parque Rivadavia, de General Rodríguez, se convirtió en una causa común por la que todos velan en las redes sociales.
“Te amo, nene que hace tortas”, le escriben a menudo. Hasta el plantel de Boca, con Sebastián Villa a la cabeza, lo recibió en el hotel y luego en la Bombonera. “Me habían pedido una torta. Dijeron que era para un cumpleaños y, cuando la fui a llevar, era para los jugadores”, resume. Fue, según describe, uno de los días más felices que vivió. Aunque avisa: “Ahora falta Carlos Tevez”.
-¿Llegaste a creer que esto lo iba a perjudicar para seguir con su vida normal, Raquel?
-Y… Tanto en el hospital como la psicóloga nos dijeron que iba a tenerle miedo al fuego, que no iba a querer salir de la casa, que no iba a tener amigos, que no iba a querer ir al colegio… Le habían puesto una maestra particular, pero vino una sola vez por decisión de él: quiso volver al colegio a los dos meses de haber dejado el hospital. Fue todo lo contrario a lo que nos dijeron.
-¿Y la cocina? ¿Cuánto te costó dejar que vuelva a acercarse al fuego?
-Pensábamos que iba a tener algún tipo de trauma, pero no fue así: a los dos meses empezó a hacer bizcochuelos de nuevo. Igual, al horno se lo manejamos nosotros. Pero tampoco puedo alejarlo de lo que él hace… En algún momento va a estar solo y lo va a tener que hacer.
Joaquín, quien a veces cocina escuchando reggaetón y no le permite a nadie acercarse a la cocina a menos que tenga muchos pedidos, se imagina dueño de un local. Su tío le cedió la edificación que está en la entrada de la casa para que pueda construir ahí su lugar. Y, mientras lucha contra la receta de la torta de tres pisos, “la que más le costó hacer”, se imagina recibiendo clientes en su negocio.
“Me gustaría estar en Bake Off Argentina y mostrar lo que hago. No soy de frustrarme, pero tampoco me gusta que me digan qué hacer: si le falta o le sobra algún ingrediente… Los escucho, pero más o menos, ja”, suelta una risa tímida. Hoy es, tanto para su familia como para sus seguidores, un ejemplo de superación.
Raquel no lo duda: Joaco es, al igual que sus otros cuatro hijos, la razón por la que sigue día a día. “A nosotros -asegura- nos hizo entender que no importa lo que pase, hay que seguir. Si algo le sale mal, intenta hasta hacerlo bien. Busca superarse todo el tiempo… Siento que Dios eligió dejarlo para eso”. Es la receta del amor.
Para ayudar a Joaquín:
CBU: 0000007900203869652359
ALIAS: NAHUELNUNEZ975.UALA
CUIT: 20386965235