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Las monjas de clausura que se convirtieron en grandes reposteras y venden un pan dulce que es un clásico

Son las monjas benedictinas de la Abadía de Santa Escolástica quienes empezaron a hacer un pan dulce para la Navidad, a fines de la década del 90, como una forma de hacer algo típico propio para esta fecha tan especial. En medio de la crisis de 2001, contra todo pronóstico aumentaron sus ventas y desde ese entonces, sumaron mucha variedad a la producción artesanal de su cocina. El “ora et labora” de las hermanas y las oraciones por la Selección

En la Navidad de 2001, en medio de la histórica crisis económica, las monjas de la Abadía de Santa Escolástica, como si tuvieran un Dios aparte -que era lo que les decían-, vieron crecer sus ventas del pan dulce que habían empezado a elaborar porque necesitaban aumentar sus ingresos para pagar las cuentas. Sus manos reposteras se habían ganado la confianza y conquistado los paladares, por lo que muchas personas comenzaron a viajar hasta Victoria, donde está el Monasterio, a comprarlos de primera mano a su local.

Como somos monjas benedictinas vivimos del trabajo de nuestras manos, tenemos nuestros talleres y un pequeño local, donde vendemos las cosas que hacemos”, cuenta Mercedes, una monja de clausura en diálogo telefónico con Infobae. Antes de que su pan dulce se transformara en la estrella de su cocina, en el local se vendían piezas de arte de sus talleres, y algo de repostería, como alfajores y alguna que otra torta. En 1998 se les ocurrió hacer un producto propio, para algo tan importante como la Navidad y llegara a la mesa de quienes se reúnen a celebrarla “como un mensaje religioso”. Así empezaron a probar recetas que tenían y mejorarlas cada vez más y tuvieron un éxito rotundo. Tanto, que su pan dulce también se vende durante todo el año.

“Empezamos con una pequeña producción buscando excelencia en los productos. Tratamos de usar materia prima de muy buena calidad y después nos fuimos ayudando con máquinas un poquito mejores, como unas batidoras más grandes. “Acá hay mano de monja”, expresa la hermana Mercedes, porque no todo hacen las máquinas, cada paso de la producción es íntegramente artesanal.

Junto con el crecimiento de la demanda del pan dulce, la gente fue comprando más y más otros productos salidos de sus hornos, como galletitas navideñas decoradas, tortas galesas, stollen (pan dulce alemán, de masa especiada relleno con crema pastelera, ciruelas remojadas al rhum y chips de chocolate), trufas, turrones de pistacho, almendras, avellanas, frutillas y arándanos, entre otros dulces. Y se suman a la venta los licores que elaboran los monjes de la Abadía del Niño de Dios, hermanos benedictinos.

Todas las navidades las monjas de clausura de la Abadía de Santa Escolástica elabora un pan dulce con frutos secos, o con frutas y mucho amor, fruto del trabajo con el que se sustentan

“Lo hacemos para Dios y también para la gente en cuanto queremos llegar a través de un producto de calidad. Está hecho con mucho amor y excelencia porque primero es para dar gloria a Dios. Llegar a la mesa con algo bello, rico, que alegre la vida de los hombres en esta pandemia, en este momento que hay tanto sufrimiento”, dice la monja sobre esta especialidad de la cocina, a la que considera un medio para poder llegar a los otros. Y cuando hay amor, todo sale más rico”, asegura.

Para estas fechas, donde elabora a diario unos 1200 pandulces por día, a cargo de un equipo de 12 monjas se ofrecen dos tipos de “Pan dulce de la Abadía”. Uno tiene frutas glaseadas y secas: que lleva coñac, pasas de uva rubias, ananá, higos, ciruelas, damascos, naranja, cerezas al marraschino, nueces, almendras, avellanas y castañas de cajú.

El Pan dulce de la Abadía con un decorado especialEl Pan dulce de la Abadía con un decorado especial

Otro incluye solo frutos secos: nueces, almendras, avellanas y castañas de cajú. (1850 medio kilo y 3100, el kilo.) Y también existe la opción de un pan dulce con decoración especial ($ 5200).

Porque recibieron muchos pedidos, es posible comprar los pandulces en la Ciudad de Buenos Aires, en el Libertad 1240 (Pasaje Libertad, local 19) y al mismo precio que en el local de la Abadía. En algunas panaderías es posible que los vendan también, tal vez a un precio más elevado.

Ora et labora

La Abadía de Santa Escolástica es un monasterio de monjas benedictinas fundado en 1941 y pertenece a la Congregación del Cono Sur. A orillas del Río de la Plata, en Victoria, esta comunidad desea ser “como un faro desde su vida orante y contemplativa, desde su alabanza y su trabajo que ilumine el camino de los hombres y acompañe sus pasos a veces febriles y agitados, sus grandes interrogantes y sufrimientos, sus trabajos y fatigas, sus anhelos y esperanzas”.

Un pan dulce relleno con frutos secos y frutas glaseadasUn pan dulce relleno con frutos secos y frutas glaseadas

Lo que más nos representa a nosotros es la frase que sintetiza la Regla orden de San Benito: «Ora et labora» (reza y trabaja). Somos monjas de contemplación y de acción, como nos enseña el Evangelio. La oración y el trabajo son, en efecto, los pilares que sustentan nuestra vida ya que son medios privilegiados que tenemos para encontrarnos con Dios, con nosotros y nuestros próximos”, explica la hermana Mercedes.

¿Cómo es un día de ellas? Se levantan tempranísimo, a las 4 y media de la mañana y empiezan a orar a las cinco en la Iglesia. Antes de la salida del sol, cantan para alabar a Dios e interceder por todas las necesidades de los hombres del mundo. Esa oración dura una hora. Después desayunan, y más tarde con su biblia, se dedican una hora a la oración personal que puede hacerla en su cuarto, en la iglesia, en el jardín o en el claustro. A las 7 y media regresan a la Iglesia a cantar el oficio de Laude, que es otra alabanza seguida por la misa, que está abierta a los fieles que asisten a la Eucaristía. De 9 a 12.30 se dispersan en los distintos talleres. Hay uno de arte, otro de ornamentos litúrgicos donde se confecciona, por ejemplo, la ropa de los sacerdotes, manteles de altar, un alba casulla, ornamentos litúrgicos. “Tenemos también un taller de imprenta, de encuadernación, otro de hostias y la repostería que es el taller más grande”, precisa.

Después de trabajar vuelven a orar. Almuerzan. Limpian. Tienen un recreo dedicado para conversar. Y una hora para descansar. Más tarde, vuelven a orar todas juntas, solas, a las 6 y media de la tarde cenan y a las 8 hacen la última oración, para ya retirarse a descansar.

Quienes se acerquen a la Abadía y hagan compras en su local, podrán ver a las monjas benedictinas dar la misa, pero no se puede ingresar al Monasterio. Como son de clausura, hay muchas actividades que no pueden realizar, como por ejemplo, ver programas por televisión, estar conectadas a Internet porque sí, salir a comer afuera o ir a eventos sociales. “Sí vamos al médico, hacemos trámites esenciales o estamos presentes en acontecimientos difíciles y dolorosos de la familia de cada uno de nosotros. Las redes sociales la usamos solo para subir las fechas de las charlas de espiritualidad que brindamos, para comunicar mensajes del Papa, horarios de nuestras celebraciones litúrgicas y para recordarle a la gente que hay una comunidad que reza por ellos. Tenemos acceso directo a la página informativa del Vaticano y a las noticias que nos llegan a través de la prensa escrita”, explica la hermana Mercedes.

Las monjas se ganó toda la confianza de la gente en su cocina. El pan dulce ya es un clásico de la NavidadLas monjas se ganó toda la confianza de la gente en su cocina. El pan dulce ya es un clásico de la Navidad

Durante la pandemia estuvieron muy presentes a través de las redes para solidarizarse con la gente y expresarle palabras de esperanza, fe y consuelo. “En ese entonces una sociedad asustada, temerosa, triste y desamparada. Sentimos que la gente empezó a conectarse más con lo espiritual, a rezar, a meditar y a buscar un sentido más trascendente de la vida”, dice la monja y agrega: “Por lo general estamos presentes y conectados con nuestra familia que encuentra en el monasterio un apoyo y espacio propio. Siempre estamos para recibir a nuestros familiares y/o amigos más entrañables”.

En este Mundial están con mucho trabajo en la cocina y no tienen tiempo para mirar los partidos. Pero en otros mundiales, finales principalmente, cuenta la religiosa que algunas monjas, las más interesadas por los deportes, no aguantaban estar frente al televisor por los nervios y se iban a rezar un Vía Crucis o un rosario por los jugadores. “La monja tiene un corazón que sufre con el que sufre y se alegra con el que se alegra. Entonces, ver sufrir a esos muchachos y ver tanta energía, todo el pueblo sufriendo y no querés que sufra. Es un partido, pero hay tanta energía puesta ahí. Entonces, se levantaban e iban a rezar el rosario y algunas volvían para ver si el partido había mejorado”, cuenta. “Sí rezamos durante el partido para que Dios nos escuche”, revela.

Más información en esta página Web: santaescolastica.com.ar

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