Datan de entre el 2.000 a.C. y el 200 d.C., de aspecto físico “occidental”, vestidas con ropas de lana tejidas y de fieltro.
El estudio genómico de las momias de la cuenca del Tarim, en el oeste de China, ha desvelado que esos enigmáticos restos humanos pertenecen a una población indígena que, en la Edad del Bronce, estaba genéticamente aislada pero era culturalmente cosmopolita.
Las conclusiones del estudio, publicadas hoy en Nature, se basan en el primer estudio genómico de las poblaciones prehistóricas de la región autónoma de Xinjiang Uyghur, situada en medio de la Ruta de la Seda y considerada un cruce de caminos para la cultura, la agricultura y los idiomas de Oriente y Occidente.
A finales de la década de 1990, en la cuenca del Tarim de esta región, se descubrieron cientos de restos humanos momificados de forma natural que datan de entre el 2.000 a.C. y el 200 d.C., de aspecto físico “occidental”, ropas de lana tejidas y de fieltro, y una economía basada en el ganado vacuno, ovino y caprino, el trigo, la cebada, el mijo y el queso kéfir.
Los restos humanos pertenecen a una población indígena de la Edad del Bronce.
Un descubrimiento, varias teorías
Estas momias, enterradas en ataúdes de barco en mitad de un desierto, han desconcertado durante mucho tiempo a los científicos y han inspirado numerosas teorías sobre su origen.
Algunos científicos creen que por el ganado y su inusual aspecto físico, podría tratarse de los Yamnaya, una población de pastores de la Edad de Bronce procedente de las estepas rusas que en pocos siglos se propagó por el resto de Eurasia.
Otros sitúan sus orígenes entre las culturas de los oasis del desierto de Asia Central del Complejo Arqueológico de Bactriana-Margiana (BMAC), un grupo con fuertes vínculos genéticos con los primeros agricultores de la meseta iraní.
Para comprender mejor el origen de la población fundadora de las momias de la cuenca del Tarim, investigadores de la Universidad de Jilin, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva (Alemania), de la Universidad Nacional de Seúl (Corea) y de la Universidad de Harvard analizaron los datos del genoma de trece de esas momias, fechadas entre 2.100 y 1.700 a.C., y de cinco individuos de entre 3.000 y 2.800 a.C. de la vecina cuenca de Dzungarian.
Los investigadores descubrieron que las momias no eran foráneas, sino que parecían ser descendientes directos de una población del Pleistoceno que estuvo muy extendida y que había desaparecido en gran medida al final de la última Edad de Hielo.
Las momias de Turam parecían ser descendientes directos de una población del Pleistoceno.
Esta población, conocida como los antiguos euroasiáticos del norte, sigue presente en los genomas de las poblaciones actuales, especialmente en los indígenas de Siberia y América, que tienen las proporciones más altas (40% aproximadamente).
En contraste con las poblaciones actuales, las momias de la cuenca del Tarim no muestran evidencias de mezcla con ningún otro grupo del Holoceno, sino que forman un aislamiento genético desconocido hasta ahora y que probablemente sufrió un cuello de botella genético extremo y prolongado antes de asentarse en la cuenca del Tarim.
Por el contrario, el análisis de los restos de los individuos de la vecina cuenca de Dzungarian demostró que eran descendientes de las poblaciones locales y de los pastores esteparios occidentales, los afanasievo, un grupo con fuertes vínculos genéticos con los yamanya de la Edad de Bronce Temprana.
“Estos hallazgos contribuyen a nuestra comprensión de la dispersión hacia el este de los ancestros yamnaya y de los escenarios en los que se produjo la mezcla cuando se encontraron por primera vez con las poblaciones de Asia interior”, afirma Chao Ning, coautor del estudio y profesor de la Escuela de Arqueología y Museología de la Universidad de Pekín.
El estudio revela también que los grupos de la cuenca del Tarim estaban aislados genéticamente pero no culturalmente como demostró el análisis proteómico de su cálculo dental que confirmó que sus individuos practicaban la cría de ganado vacuno, ovino y caprino, y conocían bien las diferentes culturas y tecnologías de su entorno.
“Pese a estar genéticamente aislados, los pueblos de la Edad de Bronce de la cuenca del Tarim eran notablemente cosmopolitas desde el punto de vista cultural” concluye Christina Warinner, autora principal del estudio, y profesora de Harvard.