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En 2020, Priscila Lucca trabajaba en el bar Zar y causó un incendio manipulando un centro de mesa.
Son casi las ocho de la noche del viernes 9 de octubre de 2020 y Lucía Costa Osores, de 18 años, se encuentra con sus amigos de la parroquia en “Zar Burgers & Beers”, un bar sobre la calle Paunero de San Miguel. Están ansiosos y con ganas de ponerse al día después de meses sin verse por las restricciones derivadas de la pandemia de Covid.
Los jóvenes se sientan en banquetas a una mesa alta, en una especie de patio cubierto con una media sombra. Charlan y juegan al jenga… Antes de hacer el pedido, llaman a una moza para que les encienda el centro de mesa, un recipiente circular de base ancha con piedritas y del que sale una llama decorativa que también ilumina tenuemente el ambiente.
Priscila Lucca, también de 18 años, se acerca a la mesa con un bidón de cinco litros con alcohol y, sin apagar la llama, vuelca el líquido sobre el centro de mesa, lo que produce una explosión con varios fogonazos. Como si les hubieran arrojado una bomba molotov, Lucía y sus amigos gritan desesperados mientras intentan desprenderse de las llamas que empiezan a cubrir sus cuerpos.
Lucía cae al piso y queda boca abajo. Aunque parece la más comprometida por el fuego, nadie la ayuda. Su piel hirviendo se pega al piso. Media hora después, y sin parte de sus pertenencias, como su teléfono celular, es subida a una ambulancia del SAME que la lleva al Hospital Municipal Larcade. Al mediodía del sábado 10, con la mayor parte de su cuerpo carbonizado y con serios problemas para respirar, sufre dos paros cardiorrespiratorios y muere.
Tres en el banquillo
Lucía trabajaba como manicura, estaba haciendo un curso de peluquería y soñaba con vivir en la Patagonia. “Era muy generosa con los demás”, cuenta Lorena Osores, su mamá, con una pena profunda pero activa en su reclamo de justicia.
El viernes 8 de septiembre de 2023, a casi tres años de la muerte de Lucía, en el Juzgado en lo Correccional 3 de San Martín empezó el juicio en el que hay tres imputados: Carlos Oliverio, el dueño del bar “Zar Burgers & Beers”; Marina de los Ángeles Ramírez, la encargada del local; y Priscila Lucca, la mesera. A los tres se los acusa de “homicidio culposo y lesiones culposas”.
Se estima que el proceso legal se extenderá hasta mediados de noviembre, con 15 jornadas de debate y el testimonio de 245 testigos, entre ellos los ocho amigos que habían ido a cenar con Lucía y sufrieron distintas lesiones: Franco Pérez, Thiago Zadro, Agustín Díaz, Dolores Bustamante, Rodrigo Cano, Santino Diaco, Franco Racca e Ivo Schmidt.
“Esperamos que los tres imputados sean condenados a la pena máxima, de seis años de prisión con cumplimiento efectivo”, dice Liz Barrionuevo, abogada de la familia Costa Osores.
“En realidad, nos gustaría que los condenaran por dolo eventual, y no por homicidio culposo. Con los agravantes, las penas podrían llegar hasta los nueve años de prisión. Los imputados van a decir que fue un accidente, pero nosotros queremos probar que se pudo haber evitado”, avanza Lorena, mamá de Lucía, que en cada aniversario se manifiesta solitaria frente al local del bar. Y agrega: “Durante la investigación hubo muchas irregularidades. Oliverio, el dueño del local, y Ramírez, la encargada, manipularon las cámaras de seguridad para ocultar las pruebas. Oliverio tiene cobertura política del Municipio… ¿Si no, cómo puede ser que siga libre?”.
-Pero el bar fue clausurado.
-Sí, pero se mantienen abiertos los demás negocios de Oliverio.
-¿El quiere inculpar como única responsable a la mesera?
-Eso me da mucha bronca… No es justo… El mayor responsable es él. Los tres imputados se culpan entre sí. Oliverio asegura que en el bar estaba todo en condiciones y que él no tuvo nada que ver con como manejaron las cosas los demás. Ramírez plantea que era una simple empleada. Y Lucca argumenta que cumplió con lo que le ordenaron.
¿Cuál es la verdadera responsabilidad de la moza, si ella cumplió una orden? “Ya me adelantaron que Priscila Lucca es la más complicada en el juicio, por haber sido la que arrojó el líquido en el centro de mesa… Aunque se lo hayan ordenado, no lo tendría que haber hecho”, dice Lorena, la mamá de Lucía.
Moza inexperta
Priscila Lucca había perdido a su papá en las primeras semanas de la pandemia. La joven, que vivía con su mamá y su hermana en San Miguel, debió salir a trabajar apremiada por la situación. Consiguió que la tomaran de moza en el bar “Zar Burgers & Beers”. Era su primer empleo y llevaba un mes haciéndolo. “Trabajaba en negro”, aporta Lorena Osores. “Y se sentía muy presionada por sus jefes”.
La mesera también sufrió quemaduras. “Gracias a la intervención de Oliverio, fue la primera a la que subieron a una ambulancia. Y la llevaron al Larcade”; sigue Lorena. “Cuando llegué al hospital para ver a mi hija, Priscila se enteró y se fue, aunque tenía una pierna lastimada. No pude hablar con ella. Y lo que más me duele es que nunca me pidió disculpas”.
“La escena era llamativa”, contó Agustín Díaz, amigo de Lucía que fue llevado al mismo hospital. “Priscila y yo estábamos internados en la misma habitación. Ella me decía que había hecho lo que le enseñaron sus jefes para usar el alcohol del centro de mesa, pero no entendía cómo había pasado lo que pasó. La veía muy triste, lloraba todo el tiempo”.
Peligrosa chimenea
Al “fogón quemador” que provocó la muerte de Lucía Osores también se lo conoce como “centro de mesa ecológico” o “chimenea ecológica”. Se arma con una base de cemento y piedras. En una especie de cilindro, la llama se enciende con bioetanol, un tipo de alcohol bio-sustentable que se obtiene a partir de la fermentación del azúcar de plantas como la remolacha, el maíz, el sorgo, la cebada o el trigo.
En Mercado Libre se ofrecen distintos modelos, cuyos precios van desde los 7.000 hasta los 45.000 pesos. En los catálogos de venta también se mencionan las medidas de seguridad recomendadas para evitar problemas. “Si el bioetanol no se manipula respetando todos los recaudos de seguridad, puede ser peligroso”, se alerta.
La llama o antorcha tiene que ser estable y no debe alejarse de la carcasa. Además, hay que contar con un dispositivo de extinción del fuego y el recipiente sólo debe ser llenado cuando la llama se haya extinguido y la chimenea se haya enfriado. ¿Había necesidad de decorar las mesas con un recipiente que demanda tantos cuidados?
En su momento, pocas horas después de la muerte de Lucía, se filtró un audio de whatsapp en el que Oliverio minimizaba lo sucedido en su bar y responsabilizaba a los “chicos”, en referencia a Lucía y sus amigos, de haber provocado la llamarada fatal.
“Les cuento a todos por acá porque me están llenando de mensajes y la verdad es que no puedo contestar mucho. No pasó nada. O sea, sí pasó, pero nada tan grave”, comienza diciendo en el audio el propietario de “Zar”. Y agrega: “Un grupo de chicos empezó a joder con los rociadores de alcohol y jodiendo se prendió fuego uno, se prendió fuego la chica y empezó a los gritos. Pero no pasó nada más que eso”.
Y continúa: “Se quemó la camarera que la quiso apagar y una clienta, pero el negocio no se prendió fuego, ni nada de eso. Así que les agradezco a todos la preocupación pero nada más que eso: un garrón”.
Por su parte Carlos Bianco, entonces Jefe de Gabinete de la provincia de Buenos Aires, le apuntó al Municipio por haber permitido la apertura del bar en el contexto de aislamiento por coronavirus. “El accidente pudo haber sucedido por impericia, pero primero habría que explicar por qué estaba abierto el bar. (…) San Miguel está en una situación de aislamiento social preventivo y obligatorio. En este bar ni siquiera estaban en un espacio abierto”.
Bianco también explicó que se había comunicado con Jaime Méndez, intendente de San Miguel. “El contacto que hicimos fue para darle asistencia ante la situación. Nos comentó que había permitido algunas actividades por fuera del decreto nacional, pero que esto no debería haber sucedido”, reveló.
Mudanza y sentimiento de culpa
“Priscila tuvo que mudarse a Entre Ríos”, dice Pablo Esperanza, el abogado de la mesera. “En San Miguel todos se conocen y ella no quería cruzarse más con quienes la acusan por la muerte de Lucía. Es muy complicado vivir así”.
Y, enseguida, insiste: “Se trató de un accidente. Ella hizo lo que le pidieron que hiciera”.
-¿No la capacitaron para encender los centros de mesa?
-Era un contexto complicado… Con 18 años estaba muy mal, hacía muy poquito había fallecido su papá… Era la tercera o cuarta vez que Priscila encendía un centro de mesa… Yo entiendo el dolor de la madre de Lucía, por supuesto, también tengo hijos. Pero Priscila no quiso matar a nadie. Repito, fue un accidente.
-Otras meseras contaron que para encender los centros de mesa llevaban el alcohol en vasitos.
-Sí, había meseras que llenaban el centro de mesa con vasitos, y otras, como Priscila, con bidones. Priscila no midió que podía causar una tragedia.
Según se pudo reconstruir, el error de la mesera fue no haber esperado a que la llama se apagara por completo y, al mismo tiempo, verter más alcohol del que debía. “Como es muy corpulenta, Priscila es brusca…”, describe el abogado en busca de atenuantes.
El centro de mesa no tenía ninguna falla previa. Era como cualquiera de los que se usan en los locales de estas características, incluso después de la muerte de Lucía. “En Puerto Madero todavía hay locales que los usan”, avanza el abogado.
Meses después de la muerte de Lucía, y para tomar distancia de la tragedia, Priscila decidió pasar un tiempo en Crespo, a 42 kilómetros de Paraná, en Entre Ríos. El 8 de enero de este año, Guadalupe Stadnitchi, amiga “favorita” de Costa Osores, tal como ella misma se define, publicó en su cuenta de Twitter un video que muestra a Priscila en el Polideportivo Municipal de Seguí, a 18 kilómetros de Crespo.
De anteojos negros y con una bikini rosa y negra, Priscila aparece debajo de una sombrilla de paja. Tiene tatuados sus brazos, piernas y el pecho. En su mano derecha lleva un vaso. La acompañan tres mujeres sentadas en lonas y un chico apoyado sobre una heladerita. De pronto, con enojo, alguien le dice: “Priscila Lucca, asesina de Lucía Osores, tomando sol en Entre Ríos, tranquila…”. Ante el escrache al que es sometida, Priscila se mantiene en silencio. Sólo chasquea los dedos de su mano izquierda.
“El video lo grabé yo”, cuenta Guadalupe. “Ese encuentro con Priscila me arruinó mis vacaciones…”.
Guadalupe está muy enojada con la mesera. Fueron al mismo colegio, el Parroquial de San Miguel, y hasta llegaron a ser amigas. Pero ahora Guadalupe no quiere saber nada con ella. Le reprocha su actitud “manipuladora”, que pretenda “cambiar las cosas para beneficiarse”.
-¿Lucía iba al mismo colegio que ustedes?
-No, ella iba al San José. Pero nos conocíamos todas de Espacio Joven, un movimiento de la catedral de San Miguel.
El encuentro de Guadalupe con Priscila en el Polideportivo Municipal de Seguí fue casual. “Toda la familia de mi novio es de Seguí. Por eso fuimos allá de vacaciones. Y quisimos pasar un día en el Polideportivo Municipal”, agrega Guadalupe. “Al principio me costó reconocer a Priscila porque cambió mucho físicamente… Estaba con su hermana menor y su mamá. También pregunté quién era el hombre que las acompañaba, y me dijeron que era el novio de Priscila. Pero prefiero no hablar más de ella. Me hace mal”.
ASESINA DE LUCIA COSTA OSORES LIBRE TOMANDO SOL MIENTRAS LUCIA ESTÁ EN UNA TUMBA
Esto es el polideportivo municipal seguí- entre rios
RT para que Priscila Lucca no tenga paz #justiciaporlucia pic.twitter.com/EEVvY9rzvJ— GUADA⭐️⭐️⭐️ (@GuadaStadnitchi) January 8, 2023
Antes de su encuentro con Priscila en Entre Ríos, en otro tuit, Guadalupe había señalado a quienes fueron, según ella, los responsables de la muerte de Lucía. “Priscila Lucca generó la explosión. Carlos Oliverio, el dueño del bar, la dejó quemarse durante 20 minutos sin ayudarla. Mariano Calvente, subsecretario de control y ordenamiento urbano de San Miguel, habilitó un bar que no debería haber estado habilitado. Jaime Méndez, intendente del municipio, no hace nada al respecto”.
Priscila, que con el tiempo volvió a San Miguel, trata de pasar inadvertida: dejó de mostrarse en la calle y en las redes sociales. Sus últimas publicaciones en Instagram, donde aparecía siempre sonriente, son de 2019, previo al incendio en el bar.
¿Problemas psiquiátricos o estrategia judicial?
Ahora es miércoles 20 de septiembre de 2023. Está nublado, hace frío y el viento sopla fuerte apenas pasadas las 9 de la mañana. En la puerta de los tribunales de San Martín, Lorena Osores, la mamá de Lucía, cuelga afiches con la cara de su hija y una leyenda: “Un ángel llamado Lucía. Mereces lo que sueñas. Justicia por Lucía”.
Abrigado con buzo verde con capucha llega Carlos Oliverio, canoso, alto, de espaldas anchas. Lo acompaña su abogado. “¡Asesino!”, le grita la mamá de Lucía. “¡Ya vas a pagar por todo lo que hiciste!”. La situación es tensa.
Un rato después aparece Priscila Lucca con su mamá, que la sostiene del brazo izquierdo. Priscila luce el pelo con rastas, una remera negra y blanca a rayas horizontales, jeans negros y botitas de cuero blancas. Ya en la sala donde se lleva adelante el juicio, Priscila se sienta junto a los otros dos imputados, Oliverio y Marina de los Ángeles Ramírez. No habla con nadie. Mira fijo el piso. Se acomoda varias veces las rastas y se mueve en su silla. Ve entrar a la mamá de Lucía, que lleva un rosario en el pecho y se ubica en la primera fila de los asientos reservados para el público. Priscila empieza a llorar y se seca las lágrimas con una servilleta de papel. Le ofrecen un vaso de agua y lo rechaza.
Atraviesa sola el momento. En los tribunales de San Martín no se ve a ninguno de los que solían acompañarla en sus tiempos más felices, en el viaje de egresados a Bariloche, los partidos de voley que jugaba con el equipo del colegio y las vacaciones en Necochea.
A las 10.20, la jueza Rubarth enciende el micrófono y cuenta: “Ayer, Priscila Lucca se presentó en el juzgado y, de puño y letra, dejó una carta en la que plantea que no se encuentra en condiciones psiquiátricas de someterse al juicio y, además, por cuestiones económicas, pretende cambiar su abogado particular por un defensor oficial”.
Esperanza, abogado de Priscila, comenta: “Sí, hace rato que le vengo diciendo a Priscila que se tiene que tratar con un especialista… Cada vez que nos ponemos a hablar de su papá es un drama…”. A sus espaldas, Priscila no puede contener el llanto y abandona la sala. En medio de la crisis de nervios deja olvidada su campera y su cartera sobre el asiento.
“¿Ahora Priscila se da cuenta de que no puede someterse a juicio?”, se enfurece, por lo bajo, Lorena Osores. “¿Ahora sufre problemas psiquiátricos por la muerte de su padre, cuando pasaron más de tres años? Parece todo armado, ¿no? Sabe que puede ir presa y dice que tiene problemas psiquiátricos para que la manden a un centro de salud mental y no a una cárcel”, agrega la mamá de Lucía, que trabaja de empleada administrativa, está separada de su pareja, Pablo Costa, y también es madre de mellizos de 14 años.
El juicio se interrumpe. Para que pueda continuar, la fiscalía ordenas pericias psicológicas a Priscila y planifica que se retome el debate “en un plazo no mayor a diez días” (a partir del miércoles 20 de septiembre). “Mientras tanto, podemos seguir el proceso con los otros imputados”, aclara la jueza Rubarth. A la salida, el abogado Esperanza baja apurado las escaleras.
-¿Priscila pidió el cambio de abogado por cuestiones económicas o hay otro motivo?
-Ella cree que ya está condenada y entonces quiere evitar pagarle a un abogado particular. Eso sí, yo todavía no cobré nada… Y falta… Ahora hay que ver qué dicen los peritos, si Priscila está en condiciones de enfrentar un juicio, si está en condiciones de decidir si puede cambiar de abogado…
– ¿Cree que ella podrá evitar una condena?
-Esperamos conseguir lo mejor que se pueda.
En la puerta de los tribunales, el abogado se encuentra con Priscila, que, acompañada de su mamá, sale del baño luego de lavarse la cara. Juntos se van del edificio. Cuando pasa por delante del afiche con la imagen de Lucía, colgado por Lorena Osores dos horas antes, Priscila evitar mirar.